EL ARTE Y LA CREACIÓN ARTÍSTICA
La
creación artística es inherente al ser humano, desde la niñez y desde
las primeras culturas del Homo sapiens el arte y el hombre son
inseparables.
La
obra de arte es ante todo comunicación, es un código más de los creados
por el hombre para transmitir sus ideas y sus sentimientos, por eso la
creación artística es un lenguaje, el lenguaje artístico, que el
espectador debe conocer y saber interpretar.
El
autor, independientemente de la época y del modo de expresión, es ante
todo creador, unas veces respondiendo a criterios o normas de su
civilización (fig. 1: Venus de Milo) y otras expresando sus ideas y
sentimientos con mayor libertad (fig. 2: El Grito de Munch). Mediante el
arte el artista imita o expresa tanto lo material como lo inmaterial,
reproduce imágenes de la realidad física o humana, pero en ocasiones
también simplemente sentimientos, sueños o esperanzas; tradicionalmente
mediante la imitación de la realidad (fig. 3: Las Meninas de Velázquez),
pero hoy es evidente que la fotografía y el cine cumplen con mayor
exactitud esta posibilidad, por lo que ha tenido que buscar otras
salidas, convirtiéndose en un arte-creación que lo abarca todo, desde el
realismo hasta la abstracción (fig. 4: Las señoritas de Avignó de
Picasso; y fig. 5: Composición de Mondrian).
Por
otra parte, debemos mencionar aquí que la creación artística no
necesariamente lleva implícita la idea de belleza, ya que a veces se
expresa con formas feas y hasta grotescas (fig. 6: Saturno devorando a
sus hijos de Goya).
NATURALEZA DE LA OBRA DE ARTE
La
obra artística es el resultado de una serie de factores que influyen en
el creador y en la obra de arte en sí, ya que en ella inciden y se
resumen una serie de componentes individuales, intelectuales, sociales y
técnicos:
En primer
lugar la obra de arte es reflejo de una personalidad creadora, por lo
que podemos incluso llegar a apreciar las características psicológicas
del artista a través de su obra (fig. 7: Autorretrato de Van Gogh).
Pero
no actúa el creador sin más referencia que su propio yo, es inevitable
que el mundo exterior de la realidad visible incida sobre sus sentidos e
influya en sus creaciones, el arte es reflejo de la sociedad del
momento en que se crea. Así, sobre la personalidad del artista se
superpone el mundo de pensamientos y sentimientos de la época en la que
el artista trabaja o circunstancias excepcionales de su biografía (fig.
8: Dos viejos comiendo sopa de Goya) o los acontecimientos históricos
que le tocan vivir (fig. 9: La Libertad guiando al pueblo de Delacroix) o
la obra de sus contemporáneos, otro factor que repercute en la
producción de cada uno de los artistas (fig. 10: Girasoles de Van Gogh y
fig. 11: Van Gogh pintando girasoles de Gauguin).
Por
tanto, las obras de arte no son simplemente la expresión de un artista
individual, sino que traslucen además múltiples aspectos de una época y
de una sociedad, aunque la última palabra la tiene el genio individual
(fig. 12: Los fusilamientos del 3 de mayo de Goya).
Por
último, en la medida que la actividad artística exige destreza manual,
las posibilidades y características del material sobre el que se trabaja
y los conocimientos técnicos que se tienen, en general y sobre
materiales concretos y sobre sus posibilidades de trabajo, influyen
inevitablemente en la obra final. La historia del arte no es
acumulativa, un estilo no supone un progreso sobre el anterior, ni el
arte de un siglo implica superioridad sobre el de los precedentes, pero
sí lo es en el sentido técnico, en cuanto que los medios de trabajo se
van descubriendo y perfeccionando sucesivamente (fig. 13: Cromlech de
Stonehenge; y fig. 14: Turnig Torso de Santiago Calatrava).
LA OBRA ARTÍSTICA Y EL ESTILO
-
Denominamos "estilo artístico" a la forma de manifestarse un
artista o una colectividad mediante unas características comunes que se
repiten durante una determinada época. En arte se trata de un concepto
fundamental, sin él careceríamos de los elementos que distinguen a todas las
creaciones de una misma época y del sentido de la evolución de las formas…
(fig. 15: Crucifixión del Museo
Diocesano de Jaca; fig. 16: Crucifixión
de Duccio; fig. 17: El Calvario de
Andrea Mantenga; fig. 18: Cristo
crucificado entre los dos ladrones de Rubens; fig. 19: El Cristo amarillo de Paul Gauguin; y
fig. 20: Crucifixión de Antonio
Saura).
En
cada estilo puede distinguirse una evolución con fases sucesivas:
1. Arcaica,
empiezan a aparecer las características que luego serán las más relevantes,
suele denominarse con el prefijo "proto", al que se añade el nombre
específico del estilo (fig. 21: Kouros
del Período Arcaico Griego);
2. Clásica, es la época de madurez y apogeo, en
la que se siguen fielmente las normas del estilo, aunque sin excluir
diferencias de escuelas en cada país o la actuación de individualidades (fig.
22: Doriforo de Policleto);
3.
Manierista, es la etapa en la que el artista, sin prescindir de las normas
clásicas, no se limita a repetirlas, sino que las estiliza y transforma
dándoles un tratamiento más expresivo y dinámico (fig. 23: Hermes de Olimpia de Praxíteles);
4.
Barroca, en esta fase, surgida ante el agotamiento de la anterior, se
contrapone lo grandioso y monumental a lo equilibrado, lo secundario a lo
esencial, el movimiento a la serenidad, los efectos a la objetividad (fig.
24: Laocoonte del Período
Helenístico Griego);
5. Recurrente, se vuelven a imitar las normas del pasado,
preferentemente de la etapa clásica, al producirse una fuerte reacción contra
la etapa barroca, se denomina con el prefijo "Neo" seguido del
nombre del estilo imitado (fig. 25: Augusto
de Prima Porta).
En
relación con el proceso de evolución de los estilos y más concretamente
refiriéndonos a su destrucción y sustitución por otros nuevos, algunos
tratadistas basan sus explicaciones en la aparición de innovaciones técnicas,
pero ésta es sólo una de las explicaciones posibles o aplicable únicamente a
momentos concretos, porque también los cambios de estilo pueden deberse, como
hemos visto, a cambios sociales, ideológicos, religiosos, políticos, etc.
FUNCIÓN DEL ARTE
La
función tanto de la escultura como de la pintura ha evolucionado a lo largo
de la Historia del Arte. En sus primeras manifestaciones (fig. 26: Bisonte de la cueva de Altamira; y
fig. 27: Venus de Willendorf) sus
funciones estaban definidas por su carácter mágico y religioso (función
religiosa). Posteriormente, cuando las instituciones políticas y religiosas
comienzan a realizar grandes edificios (fig. 28: Estatuas del templo de Ramsés II en Abu-Simbel), la escultura y
la pintura sirvieron para mostrar el poder y la riqueza de sus constructores
(función política). En otras ocasiones (fig. 29: Arco de Constantino en Roma y fig. 30: Anuncio del Ángel a los Pastores en San Isidoro de León) destaca
una clara función conmemorativa, convirtiéndose las obras de arte en
importantes instrumento "educativos" (función conmemorativa y
educativa). En todos estos casos se pueden apreciar también los ideales
estéticos de cada época (función estética).
La
arquitectura tiene un fin eminentemente utilitario, aunque variando sus
características según su finalidad (funeraria, religiosa, civil,
político-administrativa, conmemorativa, militar, etc.), por lo que hay que
atender prioritariamente a los aspectos técnicos, aunque también son
importantes los aspectos estéticos, lo que ha permitido que la historia de
los estilos arquitectónicos sea tan rica y variada (fig. 31: El Partenón en la Acrópolis de Atenas;
fig. 32: Museo Guggenheim de Bilbao
de Frank O. Gehry).
VALORACIÓN DE LA OBRA DE ARTE
A lo
largo de la Historia ha variado lo que se considera lo más importante a la
hora de valorar una obra de arte, configurándose así las distintas tendencias
historiográficas de la Historia del Arte.
A
finales del siglo XIX se impone la primera de las grandes corrientes
historiográficas de la Historia del Arte, el Formalismo, en el que se
defiende el arte como forma, frente a las tendencias idealistas anteriores
que entendían la obra de arte como una experiencia sentimental. Para los
formalistas el arte sólo se da a través de una forma, por lo que tiene una
importancia decisiva en su análisis y estudio. Sus principales valedores
fueron los miembros de la Escuela de Viena, como Riegl o Wölfflin, y en
Francia H. Focillon.
Entre
los siglos XIX y XX, en oposición al Positivismo y al Formalismo imperantes,
se desarrollan la Iconografía y la Iconología, cuyo principal objetivo es el
significado de la obra de arte, ocupándose la primera del estudio del origen
y desarrollo de los temas figurados que aparecen en las obras de arte,
mientras que la segunda lo que hace es penetrar su significado. Sin excluir
el apartado formal, se trataría de establecer en el análisis de cada obra
tres niveles de interpretación: a) identificar lo representado, mediante una
descripción de los elementos que la integran (descripción preiconográfica);
b) identificar el tema y sus valores simbólicos o alegóricos, analizando su
origen y variación a lo largo de la Historia (análisis iconográfico); c)
identificar el significado, las ideas o valores que el autor trataba de
transmitir (análisis iconológico). Sus principales representantes son E. Panofsky,
E. Gombrich y R. Wittkower.
Desde
el Materialismo Histórico, desde el Marxismo, se vincula la obra de arte con
la estructura económica, social, cultural, política… dando lugar a lo que se
ha llamado Sociología del Arte, cuyos miembros más conocidos son A. Hauser y
P. Francastel. La obra de arte surge en el seno de un contexto histórico, por
lo que hay que tener en cuenta las circunstancias que la hicieron posible
entonces para poder entenderla completamente en la actualidad: el mecenas, el
público al que iba dirigida, las circunstancias históricas y políticas en las
que se engendró, la ideología predominante donde y cuando fue creada, su
posible intención propagandística, etc.
Posteriormente, ante la sensación de que el análisis de la obra de arte no
era aún completo, surgen nuevas corrientes, como la Psicología del Arte, que
derivaría en dos tendencias: la que incide especialmente en la psicología del
autor, que explica la obra de arte a partir del carácter, de la inspiración o
de los avatares vitales del artista (de la que sería un buen ejemplo la obra
de R. Huygue); y la que se preocupa más bien de la psicología del receptor
(de la que sería un buen ejemplo R. Arnheim y su “Teoría de la percepción”).
Por
su parte el Estructuralismo también tiene un papel importante en la
interpretación de la obra de arte, trasponiendo al lenguaje del arte el mismo
proceso de análisis que se aplica con cualquier tipo de lenguaje
comunicativo, la distinción entre un significante (la parte material, la obra
en sí) y un significado (su aportación temática). Las principales
aportaciones desde esta perspectiva se deben a W. Benjamín, Mukarovsky y N.
Goodman.
Cada
una de estas corrientes historiográficas ha realizado importantes
aportaciones, contribuyendo a enriquecer el análisis de la obra de arte, si
bien es obligado complementar sus puntos de vista con los de las otras
tendencias.
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