domingo, 21 de septiembre de 2014

EL RENACIMIENTO /Parte2

Escultura

Como en las demás manifestaciones artísticas, los ideales de vuelta a la Antigüedad, inspiración en la naturaleza, humanismo antropocéntrico e idealismo fueron los que caracterizaron la escultura de este período. Ya el Gótico había preludiado en cierta manera algunos de estos aspectos, pero algunos hallazgos arqueológicos (el Laocoonte, hallado en 1506, o el Torso Belvedere) que se dieron en la época supusieron una auténtica conmoción para los escultores y sirvieron de modelo e inspiración para las nuevas realizaciones.
El condotiero Gattamelata, en Padua, por Donatello. El monumento ecuestre conmemorativo apenas sobrevivió a la Antigüedad. La plástica renacentista recupera esta tipología típicamente romana y la aplica, en este caso, al héroe característico de la época: el condotiero o capitán mercenario.
Detalle de la Puerta del Paraíso, en el Baptisterio de Florencia, obra de Lorenzo Ghiberti. Fue Miguel Ángel quien, admirado por la perfección de los relieves de esta puerta, dijo que merecería ser la del propio Paraíso.
Aunque se seguirán haciendo obras religiosas, en las mismas se advierte un claro aire profano; se reintroduce el desnudo y el interés por la anatomía con fuerza, y aparecen nuevas tipologías técnicas y formales, como el relieve en stiacciato (altorrelieve con muy poco resalte, casi plano) y el tondo, o composición en forma de disco; también la iconografía se renueva con temas mitológicos, alegóricos y heroicos. Aparece un inusitado interés por la perspectiva, derivado de las investigaciones arquitectónicas coetáneas, y el mismo se plasma en relieves, retablos, sepulcros y grupos escultóricos. Durante el Renacimiento decae en cierta manera la tradicional talla en madera policromada en favor de la escultura en piedra (mármol preferentemente) y se recupera la escultura monumental en bronce, caída en desuso durante la Edad Media. Los talleres de Florencia serán los más reputados de Europa en esta técnica, y surtirán a toda Europa de estatuas de este material.
Los dos siglos que dura el Renacimiento en Italia darán lugar, igual que en las demás artes, a dos etapas:
El Quattrocento (siglo XV): El centro escultórico principal será Florencia, donde la familia Médicis y con posterioridad la República ejercerán de mecenas de numerosas obras. Lorenzo el Magnífico era aficionado a las esculturas griegas y romanas y había formado una interesante colección de las mismas, poniendo de moda el gusto clásico. Los autores más destacados de la época serán Lorenzo Ghiberti (Puerta del Paraíso del Baptisterio de Florencia), Andrea Verrocchio (Monumento al condotiero Colleoni), Donatello, el taller de los hermanos Della Robbia, que introducen la cerámica vidriada y policromada como novedad, utilizándola en decoraciones de edificios; Jacopo della Quercia, Desiderio da Settignano y Bernardo Rossellino.
El más importante de ellos es Donatello (1386-1466), gran creador que partiendo de los supuestos del Gótico establece un nuevo ideal inspirado en la grandeza clásica. Suyo es el mérito de rescatar el monumento conmemorativo público (su Condotiero Gattamelata, es una de las primeras estatuas ecuestres de bronce desde la Antigüedad), la utilización heroica del desnudo (David) y la intensa humanización de las figuras, llegando al retrato en ocasiones, pero sin abandonar nunca una orientación claramente idealista.
La Piedad del Vaticano, de Miguel Ángel, encargada por el cardenal francés Jean Bilhères de Lagraulas para su sepultura, en la Basílica de San Pedro. El idealismo e impasibilidad de los dioses clásicos se traslada aquí a un tema cristiano; la serena belleza de María y de Cristo apenas se ve alterada por el dolor o la misma muerte.
El Cinquecento (siglo XVI). Esta época está marcada por la aparición estelar de uno de los escultores más geniales de todos los tiempos, Miguel Ángel Buonarrotti (1475-1564). Hasta tal punto marcó la escultura de todo el siglo, que muchos de sus continuadores no fueron capaces de recoger todas sus novedades y éstas no se desarrollarán hasta varios siglos después. Miguel Ángel fue, como tantos otros en esta época, un artista multidisciplinar. Sin embargo, él se consideraba preferentemente escultor. En sus primeras obras recoge el interés arqueológico surgido en Florencia: así, su Baco ebrio fue realizado con intención de que aparentara ser una escultura clásica. Igual espíritu se aprecia en la Piedad, realizada entre 1498-1499 para la Basílica Vaticana. Protegido primero por los Médicis, para los que crea las Tumbas Mediceas, soberbio ejemplo de expresividad, marchará luego a Roma donde colaborará en los trabajos de construcción de la nueva Basílica. El pontífice Julio II lo toma bajo su protección y le encomienda la creación de su Mausoleo, denominado por el artista como «la tragedia de la sepultura» por los cambios y demoras que sufrió el proyecto. En las esculturas hechas para este sepulcro, como el célebre Moisés, aparece lo que se ha venido denominando terribilitá miguelangelesca: una intensa a la vez que contenida emoción que se manifiesta en anatomías sufrientes, exageradas y nerviosas (músculos en tensión), posturas contorsionadas y escorzos muy rebuscados. Los rostros, sin embargo, suelen mostrarse contenidos. En sus obras finales el artista desdeña de la belleza formal de las esculturas y las deja inacabadas, adelantando un concepto que no volvería al arte hasta el siglo XX. Miguel Ángel continúa con la tradición de monumentos públicos heroicos y profanos que inició Donatello y la lleva a una nueva dimensión con su conocido David, esculpido para la Piazza della Signoria de Florencia.
En los años finales de la centuria, la huella de Miguel Ángel tiene sus réplicas en Benvenuto Cellini (Perseo de la Loggia dei Lanzi de Florencia, espacio concebido como museo de escultura al aire libre), Bartolomeo Ammannati, Giambologna y Baccio Bandinelli, que exagerarán los elementos más superficiales de la obra del maestro, situándose plenamente todos ellos en la corriente manierista. Destaca en esta época también la saga familiar de los Leoni, broncistas milaneses al servicio de los Habsburgo españoles, auténticos creadores de la imagen áulica, un tanto estereotipada, de estos monarcas. Su presencia en España llevará allí de primera mano las novedades renacentistas, extendiendo su influjo hasta la escultura barroca.

Renacimiento en España

El Greco, La Resurrección de Cristo, pintado para Santo Domingo el Antiguo de Toledo. El Greco rebasa el concepto de artista renacentista por su constante búsqueda de un universo propio y original. Influido por Tintoretto y Miguel Ángel, su arte va a conocer su mayor desarrollo en Toledo.
En España el cambio ideológico no es tan extremo como en otros países; no se rompe abruptamente con la tradición medieval, por ello se habla de un Renacimiento español más original y variado que en el resto de Europa. Así, la literatura acepta las innovaciones italianas (Dante y Petrarca), pero no olvida la poesía del Cancionero y la tradición anterior. Como síntesis del Renacimiento y preludio del Barroco, la literatura contará con la figura capital de Miguel de Cervantes (siglos XVI–XVII).
En cuanto a las artes plásticas, el Renacimiento hispano mezcló elementos importados de Italia (de donde llegaron algunos artistas, como Paolo de San Leocadio, Pietro Torrigiano o Domenico Fancelli) con la tradición local, y con algunos otros influjos (lo flamenco, por ejemplo, estaba muy de moda en la época por las intensas relaciones comerciales y dinásticas que unían estos territorios a España). Las innovaciones renacentistas llegaron a España de forma muy tardía; hasta la década de 1620 no se encuentran ejemplos acabados de las mismas en las manifestaciones artísticas, y tales ejemplos son dispersos y minoritarios. No llegan a España plenamente, pues, los ecos del Quattrocento italiano (sólo por obra de la familia de Borja o Borgia aparecen artistas y obras de esa época en el área levantina), lo que determina que el arte renacentista español pase casi abruptamente del Gótico al Manierismo.
En el campo de la arquitectura, tradicionalmente se distinguen tres periodos: Plateresco (siglo XV-primer cuarto del siglo XVI), Purismo o estilo italianizante (primera mitad del XVI) y estilo Herreriano (a partir de 1559-mediados del siglo siguiente). En el primero de ellos, lo renaciente aparece de forma superficial, en la decoración de las fachadas, mientras que la estructura de los edificios sigue siendo gotizante en la mayoría de los casos. Lo más característico del Plateresco es un tipo de decoración menuda, detallista y abundante, semejante a la labor de los plateros (de donde deriva el nombre). El núcleo fundamental de esta corriente fue la ciudad de Salamanca, cuya Universidad y su fachada son el paradigma del estilo; arquitectos destacados del mismo fueron Rodrigo Gil de Hontañón y Juan de Álava. El Purismo representa una fase más avanzada de la italianización de la arquitectura. El palacio de Carlos V en la Alhambra de Granada, obra de Pedro de Machuca, es ejemplo de ello. El foco principal de este estilo se situó en Andalucía, donde además del citado palacio destacaron los núcleos de Úbeda y Baeza y arquitectos como Andrés de Vandelvira y Diego de Siloé. Finalmente, aparece el estilo Escurialense o Herreriano, original adaptación del Manierismo romano caracterizada por la desnudez y el gigantismo arquitectónico. La obra fundamental será el palacio-monasterio de El Escorial, trazado por Juan Bautista de Toledo y Juan de Herrera, sin duda la obra más ambiciosa del Renacimiento hispano. Lo escurialense traspasó el umbral cronológico del siglo XVI llegando con gran vigencia a la época barroca.
En escultura, la tradición gótica mantuvo su hegemonía durante buena parte del siglo XVI. Los primeros ecos del nuevo estilo corresponden por lo general a artistas venidos de fuera, como Felipe Vigarny o Domenico Fancelli, que trabajará al servicio de los Reyes Católicos, esculpiendo su sepulcro (1517). No obstante, pronto surgirán artistas locales que asimilan las novedades italianas, adaptándolas al gusto hispano, como Bartolomé Ordóñez y Damián Forment. En una fase más madura del estilo surgen grandes figuras, creadoras de un peculiar Manierismo que sentará las bases de la posterior escultura barroca: Juan de Juni y Alonso Berruguete son los más destacados.
La pintura renacentista española está determinada igualmente por el pulso que mantiene la herencia del Gótico con los nuevos modos venidos de Italia. Esta dicotomía se aprecia en la obra de Pedro Berruguete, que trabajó en Urbino al servicio de Federico de Montefeltro, y Alejo Fernández. Posteriormente aparecen artistas conocedores de las novedades italianas coetáneas, como Vicente Macip o su hijo Juan de Juanes, influidos por Rafael; Luis de Morales, Juan Fernández de Navarrete o los leonardescos Fernando Yáñez y Hernando de los Llanos. Pero la gran figura del Renacimento español, y uno de los pintores más originales de la Historia, se inscribe ya en el Manierismo, aunque rebasando sus límites al crear un universo estilístico propio: El Greco (1541-1614).

Renacimiento en Francia

Vista del Patio del Caballo Blanco del Palacio de Fontainebleau, con la famosa escalera, preludio de las formas barrocas. Fontainebleau fue la auténtica capital artística de Francia durante el Renacimiento. En el conjunto palaciego intervinieron algunos de los mejores artistas del momento.
En Francia, la influencia italiana se dejó sentir desde muy temprano, favorecida por la cercanía geográfica, los vínculos comerciales y la monarquía, que ambicionaba anexionar los territorios limítrofes de la península italiana, y lo consiguió en algunos momentos. Sin embargo, el impulso definitivo a la adopción de las formas renacentistas se dio bajo el reinado (1515-1547) de Francisco I. Este monarca, gran mecenas de las artes y aficionado a todo lo que procediera de Italia, protegió a importantes maestros, solicitando sus servicios para la Corte francesa (entre ellos el mismo Leonardo da Vinci, que murió en el Castillo de Cloux), a la vez que emprendió un ambicioso programa de revitalización cultural que revolucionó el desarrollo de las artes en el país. Conviene tener presente que Francia fue la cuna del Gótico y que por tanto este estilo estaba fuertemente arraigado y podía ser visto como un estilo nacional. De ahí que las formas góticas continuaran presentes durante un tiempo, a pesar del nuevo estilo impuesto por la Corte.
En cuanto a la arquitectura, la monarquía, fortalecida y en período de expansión territorial, había patrocinado ya desde el siglo XV la remodelación de los viejos chateaux medievales y la creación de nuevas residencias más acordes con los tiempos. Pero fue precisamente Francisco I el que dio un impulso definitivo a esta operación renovadora, que tuvo varios focos. El primer edificio renacentista en Francia fue el Castillo de Saint-Germain-en-Laye, imponente fortaleza de ladrillo y piedra en la que aparecen pequeños detalles renacientes, dentro de una general sobriedad de aire militar. De estilo más avanzado serán los Castillos del Valle del Loira, conjunto de mansiones para la realeza y la nobleza que muestran los rasgos más característicos del Renacimiento francés: decorativismo de raigambre manierista, recuerdos goticistas en las estructuras, y quizá lo más novedoso: una perfecta integración de los edificios en la naturaleza circundante, como se ve en el grácil puente del Castillo de Chenonceau. El más célebre dentro de este conjunto es el Castillo de Chambord, que presenta grandes audacias estilísticas, como una escalera interna helicoidal. Otros ejemplos de estas residencias suburbanas son los castillos de Amboise, Blois y Azay-le-Rideau.
Además de todas estas realizaciones, Francisco I se embarcó en la que quizá fue la obra fundamental de este período: el Palacio de Fontainebleau, vieja mansión de los reyes franceses que se renovará totalmente. En el edificio en sí, se aprecia ya el triunfo de las formas italianas, aunque adaptadas al gusto francés con sus típicas chimeneas y mansardas. Incluye fragmentos de desbordante creatividad, como la célebre escalera imperial, anticipo de soluciones barrocas. No obstante, quizá lo más destacado del proyecto fue que involucró a creadores de prácticamente todas las disciplinas artísticas, algunos venidos expresamente de Italia como los pintores Francesco Primaticcio o Rosso Fiorentino, el famoso escultor Benvenuto Cellini, o el arquitecto Sebastiano Serlio, importante autor de tratados de arquitectura del que apenas se conocen obras salvo este palacio. Las novedades que se fraguaron aquí trapasarían el ámbito local y darían origen a todo un estilo, el estilo de Fontainebleau, un manierismo refinado al servicio de los gustos aristocráticos.
Tras Francisco I, las formas a la italiana acabaron imponiéndose definitivamente en la arquitectura bajo Enrique II, cuya esposa pertenecía a la familia florentina más poderosa (Catalina de Médicis). Bajo su mandato (1547-1559) se reformó la antigua sede de la Corte en París, el Palacio del Louvre, convirtiéndolo en un moderno edificio de estética plenamente manierista. La reforma fue dirigida por uno de los arquitectos franceses más destacados del momento, Pierre Lescot, que diseñó el gran patio central (Cour Carrée), con características fachadas en las que utiliza el módulo de arco de triunfo clásico. Asimismo, estos monarcas iniciaron la construcción de un nuevo palacio, enfrente del Louvre, el Palacio de las Tullerías, en el que intervino el otro gran arquitecto francés del Renacimiento, Philibert Delorme.
La Resurrección, obra de Germain Pilon. Todo procede aquí de Miguel Ángel: la anatomía hercúlea de Cristo, los escorzos, el efecto no acabado. Hasta el diseño general del grupo remite a las Sepulturas Mediceas del florentino. Museo del Louvre, París.
La escultura del Renacimiento en Francia fue también al compás de lo dictado por Italia. Francia dejó de ser ya a finales del siglo XIV el gran centro escultórico de Europa que fue gracias a los talleres catedralicios, situación que continuaría durante el siglo XV, y aún más en el XVI. Es paradójico y a la vez revelador que esta situación coincida con la consolidación progresiva de la institución monárquica, evidentemente deseosa de renovar su imagen y dispuesta a usar el arte como instrumento propagandístico de primer orden. No obstante de la pérdida de hegemonía en este campo, que de todas formas nunca había sido definitiva, surgieron grandes figuras al calor de los proyectos reales; es de destacar el carácter ornamental y decorativo que tuvieron las esculturas, subordinándose al proyeto general de los edificios e integrándose en éstos. Dos fueron los autores más sobresalientes: Germain Pilon y Jean Goujon.
La pintura también experimentó el progresivo declive de las formas góticas tradicionales y la llegada del nuevo estilo. Como se ha señalado, se conocieron en Francia de primera mano las formas pictóricas italianas en el siglo XVI gracias a la llegada de autores muy innovadores, como Leonardo o Rosso Fiorentino. Francisco I impulsó la formación de artistas franceses bajo la dirección de maestros italianos, como Niccolò dell'Abbate o Primaticcio, siendo este último el responsable de la decoración del palacio de Fontainebleau y la organización de las fiestas de la Corte, y teniendo por tanto a sus órdenes a muchos artesanos y artistas. Esta convivencia de talentos, escuelas, disciplinas y géneros dio origen a la llamada escuela pictórica de Fontainebleau, una derivación del manierismo pictórico italiano que incide en el erotismo, el lujo, los temas profanos y las alegorías, todo ello muy del gusto de su clientela principal, la aristocracia. La mayor parte de los artistas de Fontainebleau fueron anónimos, precisamente por esa integración de las artes que se propugnaba y por el magisterio de los artistas consagrados. No obstante, conocemos los nombres de algunos pintores, figurando Jean Cousin el Viejo o Antoine Caron entre los más destacados. Sin embargo, el pintor francés más importante de la época, a a vez que uno de los grandes retratistas de todos los tiempos, aunque gran parte de su obra se haya perdido, fue François Clouet, que superó a su padre, el también apreciable Jean Clouet, en la fiel plasmación de la vida de los poderosos de la época, con una profundidad psicológica y brillantez formal cuyo precedente hay que buscarlo en Jean Fouquet, gran pintor del siglo XV aún en la órbita del Gótico.

Renacimiento alemán

La liebre, obra de Durero. El interés por los fenómenos y los elementos de la Naturaleza fue uno de los pilares del Humanismo. Durero analiza el mundo vegetal y animal en multitud de dibujos, bocetos y acuarelas caracterizados por su precisión de científico. Albertina, Viena.
El Renacimiento artístico no fue en Alemania una tentativa de resurrección del arte clásico, sino una renovación intensa del espíritu germánico, motivado por la Reforma protestante.
Alberto Durero (1471-1528), fue la figura dominante del Renacimiento alemán. Su obra universal, que ya en vida fue reconocida y admirada en toda Europa, impuso la impronta del artista moderno, uniendo la reflexión teórica con la transición decisiva entre la práctica medieval y el idealismo renacentista. Sus pinturas, dibujos, grabados y escritos teóricos sobre arte ejercieron una profunda influencia en los artistas del siglo XVI de su propio país y de los Países Bajos. Durero comprendió la imperiosidad de adquirir un conocimiento racional de la producción artística, e introdujo el idealismo de raigambre italiana en el arte alemán.
La pintura germánica conoció en este época uno de sus mayores momentos de esplendor. Junto a la figura fundamental de Durero surgieron otros grandes autores, como Lucas Cranach el Viejo, pintor por antonomasia de la Reforma protestante; Hans Baldung Grien, introductor de temáticas siniestras y novedosas, deudoras en cierto modo del arte medieval; Matthias Grünewald, uno de los precursores del expresionismo; Albrecht Altdorfer, excelente paisajista, o Hans Holbein el Joven, que desarrolló casi toda su producción, centrada en el retrato, en Inglaterra.
Tras la Reforma, el mecenazgo de la nobleza alemana se centró en primer lugar en la arquitectura, por la capacidad de ésta para mostrar el poder y prestigio de los gobernantes. Así, a mediados del siglo XVI se amplia el castillo de Heidelberg, siguiendo las directrices clásicas. Sin embargo, la mayoría de los príncipes alemanes prefirieron conservar las obras góticas, limitándose a decorarlas con ornamentación renacentista.
Los emperadores Habsburgo y la familia Fugger fueron los más importantes mecenas, destacándose por su protección a grandes figuras como Johannes Kepler y Tycho Brahe.

Renacimiento en Flandes y los Países Bajos

Pieter Brueghel el Viejo: El regreso de los rebaños. El paisaje se ha convertido en el tema principal del cuadro. Brueghel introduce casi siempre la figura (en este caso, los pastores) como anécdota o contrapunto a un universo del que el ser humano sólo es una parte, mínima y frágil. Obsérvese el interés por la plasmación de los efectos atmosféricos en los nubarrones que oscurecen el cielo. Museo de Historia del Arte, Viena.
A la par que se desarrollaba en Italia el Cinquecento Italiano, la Escuela Flamenca de pintura alcanzó un desarrollo notable, como heredera y continuadora de la tradición tardogótica anterior representada por Jan van Eyck, Roger van der Weyden y otros grandes maestros. Se caracterizó por su naturalismo, rasgo que comparte con los maestros italianos. Los modos del Gótico pervivieron con mayor fuerza, aunque matizados con características singulares, como cierta vena caricaturesca y fantástica y una mayor sensibilidad a la realidad del pueblo llano y sus costumbres. Se recoge ese interés en obras de carácter menos idealizado que las italianas, con una marcada tendencia por el detallismo casi microscópico que aplican a las representaciones (influjo de los maestros tardogóticos ya mencionados y la miniatura), y tendencia hacia lo decorativo, sin demasiado interés por disquisiciones teóricas.
A mediados del siglo XVI el clasicismo italiano entra con fuerza en la pintura flamenca, manifestándose en la llamada «Escuela de Amberes» y en pintores como Jan van Scorel o Mabuse, algunos de los cuales permanecieron en Italia estudiando a los grandes maestros. A la difusión de los nuevos modelos contribuyó sobremanera el grabado, que puso al alcance de prácticamene cualquier artista las obras producidas en otras escuelas y lugares, poniendo muy de moda en toda Europa el estilo italianizante.
Algunos grandes nombres de la época fueron Joachim Patinir, uno de los creadores del paisaje como género autónomo de la pintura, aunque apegado todavía al Gótico; Quintín Metsys, que se inspiró en los dibujos caricaturescos de Leonardo y en las clases populares para retratar vicios y costumbres; el retratista Antonio Moro; el Bosco, uno de los pintores más originales de la historia, apegado formalmente a la tradición de la vieja escuela flamenca; pero a la vez innovador, creador de un universo fantástico, casi onírico que lo sitúan como uno de los precedentes del Surrealismo; y Pieter Brueghel el Viejo, uno de los grandes maestros del paisaje y las costumbres populares, quizá el más moderno de todos ellos, aun cuando en su pintura glose sentencias morales y de crítica social que tienen algo de medieval.
En el campo de la escultura, destacó Adriaen de Vries, autor de expresivas obras (generalmente de bronce) en las que el movimiento, la línea ondulada o serpentinata y el desnudo heroico las caracterizan como excelentes ejemplos de manierismo escultórico fuera de Italia.

Renacimiento en Hungría

Rey Matías Corvino de Hungría (1458-1490), mecenas renacentista húngaro.
El trono húngaro se hallaba ocupado desde 1458 por el rey Matías Corvino (14431490), quien conoció y admiró los patrones italianos renacentistas y los extendió por su reino. El rey había sido educado junto a su hermano en una profunda atmósfera humanista bajo la conducción del obispo Juan Vitéz, quien posteriormente continuó fomentando la cultura durante el reinado del monarca. Ante la petición del rey Matías, el papa Paulo II fundó la Universitas Istropolitana en 1465, con sede en la ciudad húngara de Pressburg (hoy Bratislava). Esta universidad sirvió como sitió de encuentro para estudiosos de toda Europa Central, y contó con gran apoyo del monarca.
El matrimonio del rey húngaro con Beatriz de Nápoles en 1476 reforzó la llegada de este movimiento cultural, pues se estrecharon más aún las relaciones políticas y dinásticas con Italia. Matías fundó la Bibliotheca Corvinniana, que se convirtió en uno de los mayores centros de saber de Europa, con una extraordinaria colección de libros; en 1472 creó la primera imprenta húngara, y llenó la corte de astrólogos, artistas y escritores italianos. Igualmente, hizo reconstruir al estilo renacentista el Palacio de Buda, ubicado en la actual Budapest, siendo de este modo uno de los primeros ejemplos de la nueva arquitectura fuera de Italia.
Estas muestras del triunfo del nuevo estilo convivían con elementos aún góticos, como se aprecia en la pintura de la época. Las nuevas tendencias procedentes de Italia incidieron en un mayor realismo y veracidad en las representaciones pictóricas, que muestran el gusto centroeuropeo por la suntuosidad y vistosidad. Esto se observa, por ejemplo, en La Mujer vestida de Sol (Galería Nacional Húngara, Budapest), de autor desconocido. En esta pintura, es evidente la maestría del anónimo pintor que, bajo convenciones todavía medievales, y un atrevido uso del color, avanza hacia el naturalismo renacentista.
En esta época igualmente floreció la literatura en el reino húngaro y pronto surgieron conocidas figuras de la literatura y poesía como los italianos Antonio Bonfini (quien escribió la obra: Rerum Hungaricarum decades (Décadas del reino húngaro), crónica histórica que abarca desde la historia de los ávaros en el siglo IV y después los inicios de los húngaros, hasta 1497), Galeotto Marzio y Pietro Ronsano, los húngaros Juan Megyericsei y Janus Pannonius, e igualmente juristas como Esteban Werbőczy (autor del Tripartitum, obra que engloba las leyes y reglamentos del reino húgaro para su época), quienes generaron un enorme impulso humanista en el reino.
El Renacimiento patrocinado por el rey mecenas Matías floreció en Hungría hasta la muerte del soberano en 1490. Después, la Casa de Jagellón, de origen polaco, obtuvo el trono húngaro y el rey Vladislao II de Hungría no pudo continuar con el ritmo al que Matías llevaba el reino. Los enormes gastos invertidos en las guerras contra el Sacro Imperio y Bohemia que resultaron exitosas habían vaciado el tesoro real y pronto condujeron a un declive. La Universitas Istropolitana cerró sus puertas por falta de fondos, y muchos artistas renacentistas abandonaron Hungría, mudandose a Praga, Viena y Cracovia, hallando allá el patrocinio de los monarcas locales. Muchos se quedaron en Buda y Visegrado en la corte del rey Vladislao II y de su hijo Luis II de Hungría que reinó desde 1516 hasta 1526. Durante el período de los Jagellón en Hungría (1490-1526), el más grande mecenas del humanismo fue el clérigo Jorge Szatmári, quien después de pasar por tres sillas obispales diferentes terminó como arzobispo de Estrigonia, enviando a muchos húngaros a estudiar a las universidades en Italia a lo largo de su carrera eclesiástica. Juan Vitéz el Joven, sobrino del reconocido arzobispo, se convirtió en el primer presidente de la Solidalitas Litteraria Danubiana en 1497, y fue conocido como uno de los humanistas más importantes de su época en Hungría. En la década de 1510, Ludovicus Cerva Tubero, humanista de Ragusa, vivió en la corte del arzobispo de Kalocsa Gregorio Frangepán, lugar donde continuó floreciendo el Renacimiento durante el reinado de Vladislao II, y donde se escribieron varias crónicas sobre el reino, entre las cuales destaca una que incluía la historia húngara desde la muerte del rey Matías (†1490) hasta la muerte del papa León X (†1521).
Sin embargo el suceso que pusó fin a todo el esplendor de Hungría fue la derrota en la batalla de Mohács en 1526, donde los ejércitos turcos barrieron con las fuerzas húngaras y murió el rey Luis II. La destrucción casi total del reino que le siguió, incluyendo la ocupación de la ciudad de Buda en 1541 obligó a casi toda la población intelectual a abandonar Hungría, mientras las fuerzas otomanas destruían palacios, quemaban bibliotecas y archivos, acabando con casi todo el legado cultural renacentista húngaro.
Lo poco que logró sobrevivir al reino invadido por los turcos halló amparo en la corte del rey Juan I de Hungría (1526-1540), y posteriormente en la de su hijo el conde Juan Segismundo Szapolyai, voivoda de Transilvania, joven sobresaliente que hablaba 8 idiomas, y era un apasionado de los libros y amante de la música.
Por otra parte, Nicolás Olahus, arzobispo de Esztergom (1553–1568), fue también un importante representante del Renacimiento tardío húngaro, viajando por toda Europa, manteniendo contacto con Erasmo de Róterdam. Fue el quien coronó como rey húngaro a Rodolfo II de Habsburgo, y escribió en latín dos obras en honor a Hungría: Hungaria y Athila publicadas por primera vez en 1568, y narrando detalles geográficos, culturales y arquitectónicos del reino en la primera, así como la vida y hechos del ancestro de los húngaros Atila en la segunda.

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