Escultura
Como en las demás manifestaciones artísticas, los ideales de vuelta a
la Antigüedad, inspiración en la naturaleza, humanismo antropocéntrico e
idealismo fueron los que caracterizaron la escultura de este período.
Ya el
Gótico había preludiado en cierta manera algunos de estos aspectos, pero algunos hallazgos arqueológicos (el
Laocoonte, hallado en
1506, o el
Torso Belvedere)
que se dieron en la época supusieron una auténtica conmoción para los
escultores y sirvieron de modelo e inspiración para las nuevas
realizaciones.
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El condotiero Gattamelata, en Padua, por Donatello.
El monumento ecuestre conmemorativo apenas sobrevivió a la Antigüedad.
La plástica renacentista recupera esta tipología típicamente romana y la
aplica, en este caso, al héroe característico de la época: el condotiero o capitán mercenario. |
Aunque se seguirán haciendo obras religiosas, en las mismas se
advierte un claro aire profano; se reintroduce el desnudo y el interés
por la anatomía con fuerza, y aparecen nuevas tipologías técnicas y
formales, como el relieve en
stiacciato (
altorrelieve con muy poco resalte, casi plano) y el
tondo,
o composición en forma de disco; también la iconografía se renueva con
temas mitológicos, alegóricos y heroicos. Aparece un inusitado interés
por la perspectiva, derivado de las investigaciones arquitectónicas
coetáneas, y el mismo se plasma en relieves, retablos, sepulcros y
grupos escultóricos. Durante el Renacimiento decae en cierta manera la
tradicional talla en madera policromada en favor de la escultura en
piedra (mármol preferentemente) y se recupera la escultura monumental en
bronce, caída en desuso durante la
Edad Media.
Los talleres de Florencia serán los más reputados de Europa en esta
técnica, y surtirán a toda Europa de estatuas de este material.
Los dos siglos que dura el Renacimiento en Italia darán lugar, igual que en las demás artes, a dos etapas:
El más importante de ellos es
Donatello (
1386-
1466),
gran creador que partiendo de los supuestos del Gótico establece un
nuevo ideal inspirado en la grandeza clásica. Suyo es el mérito de
rescatar el monumento conmemorativo público (su
Condotiero Gattamelata, es una de las primeras estatuas ecuestres de bronce desde la Antigüedad), la utilización heroica del desnudo (
David)
y la intensa humanización de las figuras, llegando al retrato en
ocasiones, pero sin abandonar nunca una orientación claramente
idealista.
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La Piedad del Vaticano, de Miguel Ángel, encargada por el cardenal francés Jean Bilhères de Lagraulas para su sepultura, en la Basílica de San Pedro.
El idealismo e impasibilidad de los dioses clásicos se traslada aquí a
un tema cristiano; la serena belleza de María y de Cristo apenas se ve
alterada por el dolor o la misma muerte. |
El Cinquecento (siglo XVI). Esta época está marcada por la aparición estelar de uno de los escultores más geniales de todos los tiempos,
Miguel Ángel Buonarrotti (
1475-
1564).
Hasta tal punto marcó la escultura de todo el siglo, que muchos de sus
continuadores no fueron capaces de recoger todas sus novedades y éstas
no se desarrollarán hasta varios siglos después. Miguel Ángel fue, como
tantos otros en esta época, un artista multidisciplinar. Sin embargo, él
se consideraba preferentemente escultor. En sus primeras obras recoge
el interés arqueológico surgido en Florencia: así, su
Baco ebrio fue realizado con intención de que aparentara ser una escultura clásica. Igual espíritu se aprecia en la
Piedad, realizada entre 1498-1499 para la Basílica Vaticana. Protegido primero por los Médicis, para los que crea las
Tumbas Mediceas,
soberbio ejemplo de expresividad, marchará luego a Roma donde
colaborará en los trabajos de construcción de la nueva Basílica. El
pontífice
Julio II lo toma bajo su protección y le encomienda la creación de su
Mausoleo,
denominado por el artista como «la tragedia de la sepultura» por los
cambios y demoras que sufrió el proyecto. En las esculturas hechas para
este sepulcro, como el célebre
Moisés, aparece lo que se ha venido denominando
terribilitá miguelangelesca:
una intensa a la vez que contenida emoción que se manifiesta en
anatomías sufrientes, exageradas y nerviosas (músculos en tensión),
posturas contorsionadas y escorzos muy rebuscados. Los rostros, sin
embargo, suelen mostrarse contenidos. En sus obras finales el artista
desdeña de la belleza formal de las esculturas y las deja inacabadas,
adelantando un concepto que no volvería al arte hasta el
siglo XX.
Miguel Ángel continúa con la tradición de monumentos públicos heroicos y
profanos que inició Donatello y la lleva a una nueva dimensión con su
conocido
David, esculpido para la
Piazza della Signoria de Florencia.
En los años finales de la centuria, la huella de Miguel Ángel tiene sus réplicas en
Benvenuto Cellini (
Perseo de la Loggia dei Lanzi de Florencia, espacio concebido como museo de escultura al aire libre),
Bartolomeo Ammannati,
Giambologna y
Baccio Bandinelli,
que exagerarán los elementos más superficiales de la obra del maestro,
situándose plenamente todos ellos en la corriente manierista. Destaca en
esta época también la saga familiar de los
Leoni, broncistas milaneses al servicio de los
Habsburgo españoles,
auténticos creadores de la imagen áulica, un tanto estereotipada, de
estos monarcas. Su presencia en España llevará allí de primera mano las
novedades renacentistas, extendiendo su influjo hasta la escultura
barroca.
Renacimiento en España
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El Greco, La Resurrección de Cristo, pintado para Santo Domingo el Antiguo de Toledo.
El Greco rebasa el concepto de artista renacentista por su constante
búsqueda de un universo propio y original. Influido por Tintoretto y
Miguel Ángel, su arte va a conocer su mayor desarrollo en Toledo. |
En España el cambio ideológico no es tan extremo como en otros
países; no se rompe abruptamente con la tradición medieval, por ello se
habla de un Renacimiento español más original y variado que en el resto
de Europa. Así, la literatura acepta las innovaciones italianas (
Dante y
Petrarca), pero no olvida la poesía del
Cancionero y la tradición anterior. Como síntesis del Renacimiento y preludio del Barroco, la
literatura contará con la figura capital de
Miguel de Cervantes (siglos XVI–XVII).
En cuanto a las artes plásticas, el Renacimiento hispano mezcló
elementos importados de Italia (de donde llegaron algunos artistas, como
Paolo de San Leocadio,
Pietro Torrigiano o
Domenico Fancelli) con la tradición local, y con algunos otros influjos (lo
flamenco,
por ejemplo, estaba muy de moda en la época por las intensas relaciones
comerciales y dinásticas que unían estos territorios a España). Las
innovaciones renacentistas llegaron a España de forma muy tardía; hasta
la década de 1620 no se encuentran ejemplos acabados de las mismas en
las manifestaciones artísticas, y tales ejemplos son dispersos y
minoritarios. No llegan a España plenamente, pues, los ecos del
Quattrocento italiano (sólo por obra de la familia
de Borja o Borgia
aparecen artistas y obras de esa época en el área levantina), lo que
determina que el arte renacentista español pase casi abruptamente del
Gótico al
Manierismo.
En el campo de la arquitectura, tradicionalmente se distinguen tres periodos:
Plateresco (siglo XV-primer cuarto del siglo XVI),
Purismo o estilo italianizante (primera mitad del XVI) y estilo
Herreriano
(a partir de 1559-mediados del siglo siguiente). En el primero de
ellos, lo renaciente aparece de forma superficial, en la decoración de
las fachadas, mientras que la estructura de los edificios sigue siendo
gotizante en la mayoría de los casos. Lo más característico del
Plateresco es un tipo de decoración menuda, detallista y abundante,
semejante a la labor de los plateros (de donde deriva el nombre). El
núcleo fundamental de esta corriente fue la ciudad de
Salamanca, cuya
Universidad y su fachada son el paradigma del estilo; arquitectos destacados del mismo fueron
Rodrigo Gil de Hontañón y
Juan de Álava. El Purismo representa una fase más avanzada de la italianización de la arquitectura. El
palacio de Carlos V en la
Alhambra de Granada, obra de
Pedro de Machuca,
es ejemplo de ello. El foco principal de este estilo se situó en
Andalucía, donde además del citado palacio destacaron los núcleos de
Úbeda y
Baeza y arquitectos como
Andrés de Vandelvira y
Diego de Siloé. Finalmente, aparece el
estilo Escurialense o Herreriano, original adaptación del
Manierismo romano caracterizada por la desnudez y el gigantismo arquitectónico. La obra fundamental será el
palacio-monasterio de El Escorial, trazado por
Juan Bautista de Toledo y
Juan de Herrera,
sin duda la obra más ambiciosa del Renacimiento hispano. Lo
escurialense traspasó el umbral cronológico del siglo XVI llegando con
gran vigencia a la época
barroca.
En escultura, la tradición gótica mantuvo su hegemonía durante buena
parte del siglo XVI. Los primeros ecos del nuevo estilo corresponden por
lo general a artistas venidos de fuera, como
Felipe Vigarny o Domenico Fancelli, que trabajará al servicio de los
Reyes Católicos, esculpiendo su sepulcro (
1517). No obstante, pronto surgirán artistas locales que asimilan las novedades italianas, adaptándolas al gusto hispano, como
Bartolomé Ordóñez y
Damián Forment.
En una fase más madura del estilo surgen grandes figuras, creadoras de
un peculiar Manierismo que sentará las bases de la posterior escultura
barroca:
Juan de Juni y
Alonso Berruguete son los más destacados.
Renacimiento en Francia
|
Vista del Patio del Caballo Blanco del Palacio de Fontainebleau,
con la famosa escalera, preludio de las formas barrocas. Fontainebleau
fue la auténtica capital artística de Francia durante el Renacimiento.
En el conjunto palaciego intervinieron algunos de los mejores artistas
del momento. |
En Francia, la influencia italiana se dejó sentir desde muy temprano,
favorecida por la cercanía geográfica, los vínculos comerciales y la
monarquía, que ambicionaba anexionar los territorios limítrofes de la
península italiana, y lo consiguió en algunos momentos. Sin embargo, el
impulso definitivo a la adopción de las formas renacentistas se dio bajo
el reinado (
1515-
1547) de
Francisco I.
Este monarca, gran mecenas de las artes y aficionado a todo lo que
procediera de Italia, protegió a importantes maestros, solicitando sus
servicios para la Corte francesa (entre ellos el mismo
Leonardo da Vinci, que murió en el
Castillo de Cloux),
a la vez que emprendió un ambicioso programa de revitalización cultural
que revolucionó el desarrollo de las artes en el país. Conviene tener
presente que Francia fue la cuna del Gótico y que por tanto este estilo
estaba fuertemente arraigado y podía ser visto como un estilo
nacional. De ahí que las formas góticas continuaran presentes durante un tiempo, a pesar del nuevo estilo impuesto por la Corte.
En cuanto a la arquitectura, la monarquía, fortalecida y en período
de expansión territorial, había patrocinado ya desde el siglo XV la
remodelación de los viejos
chateaux medievales y la creación de
nuevas residencias más acordes con los tiempos. Pero fue precisamente
Francisco I el que dio un impulso definitivo a esta operación
renovadora, que tuvo varios focos. El primer edificio renacentista en
Francia fue el Castillo de
Saint-Germain-en-Laye,
imponente fortaleza de ladrillo y piedra en la que aparecen pequeños
detalles renacientes, dentro de una general sobriedad de aire militar.
De estilo más avanzado serán los
Castillos del Valle del Loira,
conjunto de mansiones para la realeza y la nobleza que muestran los
rasgos más característicos del Renacimiento francés: decorativismo de
raigambre manierista, recuerdos goticistas en las estructuras, y quizá
lo más novedoso: una perfecta integración de los edificios en la
naturaleza circundante, como se ve en el grácil puente del
Castillo de Chenonceau. El más célebre dentro de este conjunto es el
Castillo de Chambord,
que presenta grandes audacias estilísticas, como una escalera interna
helicoidal. Otros ejemplos de estas residencias suburbanas son los
castillos de
Amboise,
Blois y
Azay-le-Rideau.
Además de todas estas realizaciones, Francisco I se embarcó en la que quizá fue la obra fundamental de este período: el
Palacio de Fontainebleau,
vieja mansión de los reyes franceses que se renovará totalmente. En el
edificio en sí, se aprecia ya el triunfo de las formas italianas, aunque
adaptadas al gusto francés con sus típicas chimeneas y mansardas.
Incluye fragmentos de desbordante creatividad, como la célebre
escalera imperial,
anticipo de soluciones barrocas. No obstante, quizá lo más destacado
del proyecto fue que involucró a creadores de prácticamente todas las
disciplinas artísticas, algunos venidos expresamente de Italia como los
pintores
Francesco Primaticcio o
Rosso Fiorentino, el famoso escultor
Benvenuto Cellini, o el arquitecto
Sebastiano Serlio,
importante autor de tratados de arquitectura del que apenas se conocen
obras salvo este palacio. Las novedades que se fraguaron aquí
trapasarían el ámbito local y darían origen a todo un estilo, el
estilo de Fontainebleau, un manierismo refinado al servicio de los gustos aristocráticos.
Tras Francisco I, las formas
a la italiana acabaron imponiéndose definitivamente en la arquitectura bajo
Enrique II, cuya esposa pertenecía a la familia florentina más poderosa (
Catalina de Médicis). Bajo su mandato (
1547-
1559) se reformó la antigua sede de la Corte en
París, el Palacio del
Louvre,
convirtiéndolo en un moderno edificio de estética plenamente
manierista. La reforma fue dirigida por uno de los arquitectos franceses
más destacados del momento,
Pierre Lescot, que diseñó el gran patio central (
Cour Carrée), con características fachadas en las que utiliza el módulo de
arco de triunfo clásico. Asimismo, estos monarcas iniciaron la construcción de un nuevo palacio, enfrente del Louvre, el
Palacio de las Tullerías, en el que intervino el otro gran arquitecto francés del Renacimiento,
Philibert Delorme.
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La Resurrección, obra de Germain Pilon. Todo procede aquí de Miguel Ángel: la anatomía hercúlea de Cristo, los escorzos, el efecto no acabado. Hasta el diseño general del grupo remite a las Sepulturas Mediceas del florentino. Museo del Louvre, París. |
La escultura del Renacimiento en Francia fue también al compás de lo
dictado por Italia. Francia dejó de ser ya a finales del siglo XIV el
gran centro escultórico de Europa que fue gracias a los talleres
catedralicios, situación que continuaría durante el siglo XV, y aún más
en el XVI. Es paradójico y a la vez revelador que esta situación
coincida con la consolidación progresiva de la institución monárquica,
evidentemente deseosa de renovar su imagen y dispuesta a usar el arte
como instrumento propagandístico de primer orden. No obstante de la
pérdida de hegemonía en este campo, que de todas formas nunca había sido
definitiva, surgieron grandes figuras al calor de los proyectos reales;
es de destacar el carácter ornamental y decorativo que tuvieron las
esculturas, subordinándose al proyeto general de los edificios e
integrándose en éstos. Dos fueron los autores más sobresalientes:
Germain Pilon y
Jean Goujon.
La pintura también experimentó el progresivo declive de las formas
góticas tradicionales y la llegada del nuevo estilo. Como se ha
señalado, se conocieron en Francia de primera mano las formas pictóricas
italianas en el siglo XVI gracias a la llegada de autores muy
innovadores, como Leonardo o Rosso Fiorentino. Francisco I impulsó la
formación de artistas franceses bajo la dirección de maestros italianos,
como
Niccolò dell'Abbate
o Primaticcio, siendo este último el responsable de la decoración del
palacio de Fontainebleau y la organización de las fiestas de la Corte, y
teniendo por tanto a sus órdenes a muchos artesanos y artistas. Esta
convivencia de talentos, escuelas, disciplinas y géneros dio origen a la
llamada
escuela pictórica de Fontainebleau, una derivación del
manierismo pictórico italiano que incide en el erotismo, el lujo, los
temas profanos y las alegorías, todo ello muy del gusto de su clientela
principal, la aristocracia. La mayor parte de los artistas de
Fontainebleau fueron anónimos, precisamente por esa integración de las
artes que se propugnaba y por el magisterio de los artistas consagrados.
No obstante, conocemos los nombres de algunos pintores, figurando
Jean Cousin el Viejo o
Antoine Caron
entre los más destacados. Sin embargo, el pintor francés más importante
de la época, a a vez que uno de los grandes retratistas de todos los
tiempos, aunque gran parte de su obra se haya perdido, fue
François Clouet, que superó a su padre, el también apreciable
Jean Clouet,
en la fiel plasmación de la vida de los poderosos de la época, con una
profundidad psicológica y brillantez formal cuyo precedente hay que
buscarlo en
Jean Fouquet, gran pintor del siglo XV aún en la órbita del Gótico.
Renacimiento alemán
|
La liebre, obra de Durero. El interés por los fenómenos y los
elementos de la Naturaleza fue uno de los pilares del Humanismo. Durero
analiza el mundo vegetal y animal en multitud de dibujos, bocetos y
acuarelas caracterizados por su precisión de científico. Albertina, Viena. |
El Renacimiento artístico no fue en
Alemania una tentativa de resurrección del arte clásico, sino una renovación intensa del espíritu germánico, motivado por la
Reforma protestante.
Alberto Durero (
1471-
1528),
fue la figura dominante del Renacimiento alemán. Su obra universal, que
ya en vida fue reconocida y admirada en toda Europa, impuso la impronta
del artista moderno, uniendo la reflexión teórica con la transición
decisiva entre la práctica medieval y el idealismo renacentista. Sus
pinturas, dibujos, grabados y escritos teóricos sobre arte ejercieron
una profunda influencia en los artistas del
siglo XVI de su propio país y de los
Países Bajos.
Durero comprendió la imperiosidad de adquirir un conocimiento racional
de la producción artística, e introdujo el idealismo de raigambre
italiana en el arte alemán.
La pintura germánica conoció en este época uno de sus mayores
momentos de esplendor. Junto a la figura fundamental de Durero surgieron
otros grandes autores, como
Lucas Cranach el Viejo, pintor por antonomasia de la
Reforma protestante;
Hans Baldung Grien, introductor de temáticas siniestras y novedosas, deudoras en cierto modo del arte medieval;
Matthias Grünewald, uno de los precursores del expresionismo;
Albrecht Altdorfer, excelente paisajista, o
Hans Holbein el Joven, que desarrolló casi toda su producción, centrada en el retrato, en
Inglaterra.
Tras la Reforma, el mecenazgo de la nobleza alemana se centró en
primer lugar en la arquitectura, por la capacidad de ésta para mostrar
el poder y prestigio de los gobernantes. Así, a mediados del siglo XVI
se amplia el castillo de
Heidelberg,
siguiendo las directrices clásicas. Sin embargo, la mayoría de los
príncipes alemanes prefirieron conservar las obras góticas, limitándose a
decorarlas con ornamentación renacentista.
Renacimiento en Flandes y los Países Bajos
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Pieter Brueghel el Viejo: El regreso de los rebaños.
El paisaje se ha convertido en el tema principal del cuadro. Brueghel
introduce casi siempre la figura (en este caso, los pastores) como
anécdota o contrapunto a un universo del que el ser humano sólo es una
parte, mínima y frágil. Obsérvese el interés por la plasmación de los
efectos atmosféricos en los nubarrones que oscurecen el cielo. Museo de Historia del Arte, Viena. |
A la par que se desarrollaba en Italia el Cinquecento Italiano, la
Escuela Flamenca de pintura alcanzó un desarrollo notable, como heredera y continuadora de la tradición tardogótica anterior representada por
Jan van Eyck,
Roger van der Weyden
y otros grandes maestros. Se caracterizó por su naturalismo, rasgo que
comparte con los maestros italianos. Los modos del Gótico pervivieron
con mayor fuerza, aunque matizados con características singulares, como
cierta vena caricaturesca y fantástica y una mayor sensibilidad a la
realidad del pueblo llano y sus costumbres. Se recoge ese interés en
obras de carácter menos idealizado que las italianas, con una marcada
tendencia por el detallismo casi microscópico que aplican a las
representaciones (influjo de los maestros tardogóticos ya mencionados y
la
miniatura), y tendencia hacia lo decorativo, sin demasiado interés por disquisiciones teóricas.
A mediados del siglo XVI el
clasicismo italiano entra con fuerza en la pintura flamenca, manifestándose en la llamada «Escuela de Amberes» y en pintores como
Jan van Scorel o
Mabuse,
algunos de los cuales permanecieron en Italia estudiando a los grandes
maestros. A la difusión de los nuevos modelos contribuyó sobremanera el
grabado,
que puso al alcance de prácticamene cualquier artista las obras
producidas en otras escuelas y lugares, poniendo muy de moda en toda
Europa el estilo italianizante.
Algunos grandes nombres de la época fueron
Joachim Patinir, uno de los creadores del paisaje como género autónomo de la pintura, aunque apegado todavía al Gótico;
Quintín Metsys,
que se inspiró en los dibujos caricaturescos de Leonardo y en las
clases populares para retratar vicios y costumbres; el retratista
Antonio Moro;
el Bosco,
uno de los pintores más originales de la historia, apegado formalmente a
la tradición de la vieja escuela flamenca; pero a la vez innovador,
creador de un universo fantástico, casi onírico que lo sitúan como uno
de los precedentes del
Surrealismo; y
Pieter Brueghel el Viejo,
uno de los grandes maestros del paisaje y las costumbres populares,
quizá el más moderno de todos ellos, aun cuando en su pintura glose
sentencias morales y de crítica social que tienen algo de medieval.
En el campo de la escultura, destacó
Adriaen de Vries, autor de expresivas obras (generalmente de bronce) en las que el movimiento, la línea ondulada o
serpentinata y el
desnudo heroico las caracterizan como excelentes ejemplos de manierismo escultórico fuera de Italia.
Renacimiento en Hungría
El trono húngaro se hallaba ocupado desde 1458 por el rey
Matías Corvino (
1443–
1490),
quien conoció y admiró los patrones italianos renacentistas y los
extendió por su reino. El rey había sido educado junto a su hermano en
una profunda atmósfera humanista bajo la conducción del obispo
Juan Vitéz, quien posteriormente continuó fomentando la cultura durante el reinado del monarca. Ante la petición del rey Matías, el papa
Paulo II fundó la
Universitas Istropolitana en 1465, con sede en la ciudad húngara de
Pressburg (hoy
Bratislava). Esta universidad sirvió como sitió de encuentro para estudiosos de toda Europa Central, y contó con gran apoyo del monarca.
El matrimonio del rey húngaro con
Beatriz de Nápoles
en 1476 reforzó la llegada de este movimiento cultural, pues se
estrecharon más aún las relaciones políticas y dinásticas con Italia.
Matías fundó la
Bibliotheca Corvinniana, que se convirtió en uno de los mayores centros de saber de Europa, con una extraordinaria colección de libros; en
1472 creó la primera
imprenta
húngara, y llenó la corte de astrólogos, artistas y escritores
italianos. Igualmente, hizo reconstruir al estilo renacentista el
Palacio de Buda, ubicado en la actual
Budapest, siendo de este modo uno de los primeros ejemplos de la nueva arquitectura fuera de Italia.
Estas muestras del triunfo del nuevo estilo convivían con elementos
aún góticos, como se aprecia en la pintura de la época. Las nuevas
tendencias procedentes de Italia incidieron en un mayor realismo y
veracidad en las representaciones pictóricas, que muestran el gusto
centroeuropeo por la suntuosidad y vistosidad. Esto se observa, por
ejemplo, en
La Mujer vestida de Sol (Galería Nacional Húngara,
Budapest),
de autor desconocido. En esta pintura, es evidente la maestría del
anónimo pintor que, bajo convenciones todavía medievales, y un atrevido
uso del color, avanza hacia el naturalismo renacentista.
En esta época igualmente floreció la literatura en el reino húngaro y
pronto surgieron conocidas figuras de la literatura y poesía como los
italianos
Antonio Bonfini (quien escribió la obra:
Rerum Hungaricarum decades
(Décadas del reino húngaro), crónica histórica que abarca desde la
historia de los ávaros en el siglo IV y después los inicios de los
húngaros, hasta 1497),
Galeotto Marzio y
Pietro Ronsano, los húngaros
Juan Megyericsei y
Janus Pannonius, e igualmente juristas como
Esteban Werbőczy (autor del
Tripartitum,
obra que engloba las leyes y reglamentos del reino húgaro para su
época), quienes generaron un enorme impulso humanista en el reino.
El Renacimiento patrocinado por el rey mecenas Matías floreció en Hungría hasta la muerte del soberano en 1490. Después, la
Casa de Jagellón, de origen polaco, obtuvo el trono húngaro y el rey
Vladislao II de Hungría
no pudo continuar con el ritmo al que Matías llevaba el reino. Los
enormes gastos invertidos en las guerras contra el Sacro Imperio y
Bohemia que resultaron exitosas habían vaciado el tesoro real y pronto
condujeron a un declive. La
Universitas Istropolitana cerró sus
puertas por falta de fondos, y muchos artistas renacentistas abandonaron
Hungría, mudandose a Praga, Viena y Cracovia, hallando allá el
patrocinio de los monarcas locales. Muchos se quedaron en Buda y
Visegrado en la corte del rey Vladislao II y de su hijo
Luis II de Hungría
que reinó desde 1516 hasta 1526. Durante el período de los Jagellón en
Hungría (1490-1526), el más grande mecenas del humanismo fue el clérigo
Jorge Szatmári, quien después de pasar por tres sillas obispales diferentes terminó como
arzobispo de Estrigonia, enviando a muchos húngaros a estudiar a las universidades en Italia a lo largo de su carrera eclesiástica.
Juan Vitéz el Joven, sobrino del reconocido arzobispo, se convirtió en el primer presidente de la
Solidalitas Litteraria Danubiana en 1497, y fue conocido como uno de los humanistas más importantes de su época en Hungría. En la década de 1510,
Ludovicus Cerva Tubero, humanista de
Ragusa, vivió en la corte del arzobispo de Kalocsa
Gregorio Frangepán,
lugar donde continuó floreciendo el Renacimiento durante el reinado de
Vladislao II, y donde se escribieron varias crónicas sobre el reino,
entre las cuales destaca una que incluía la historia húngara desde la
muerte del rey Matías (†1490) hasta la muerte del papa
León X (†1521).
Sin embargo el suceso que pusó fin a todo el esplendor de Hungría fue la derrota en la
batalla de Mohács
en 1526, donde los ejércitos turcos barrieron con las fuerzas húngaras y
murió el rey Luis II. La destrucción casi total del reino que le
siguió, incluyendo la ocupación de la ciudad de Buda en 1541 obligó a
casi toda la población intelectual a abandonar Hungría, mientras las
fuerzas otomanas destruían palacios, quemaban bibliotecas y archivos,
acabando con casi todo el legado cultural renacentista húngaro.
Por otra parte,
Nicolás Olahus,
arzobispo de Esztergom
(1553–1568), fue también un importante representante del Renacimiento
tardío húngaro, viajando por toda Europa, manteniendo contacto con
Erasmo de Róterdam. Fue el quien coronó como rey húngaro a
Rodolfo II de Habsburgo, y escribió en latín dos obras en honor a Hungría:
Hungaria y
Athila
publicadas por primera vez en 1568, y narrando detalles geográficos,
culturales y arquitectónicos del reino en la primera, así como la vida y
hechos del ancestro de los húngaros Atila en la segunda.
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